Toda arqueología cuya ruta sea deconstruir el
inconsciente ha de liberarse de todo orden empírico preestablecido, tanto en un
nivel conceptual, como en un nivel perceptivo. No se puede acceder a otros órdenes
espaciales con la mirada anclada en un plano de lo concreto, ni tampoco se
puede imaginar traducción alguna desde los cánones establecidos. El orden cero del inconsciente ha de
penetrarse sin signos y huellas, con la intuición
oscilando en todas esas fuerzas que
hacen posibles las semejanzas y analogías de las cuadraturas que, en apariencia,
parecen o simulan sobrepasarnos. Lo que el lenguaje psicoanalítico trata de
hacer es una interpretación, o en su caso, una traducción forzada de las dimensiones
que le sobrepasan. Existe, por tanto, cierta contaminación reduccionista en el
desear captar lo no configurado a través de una sintaxis normal. Pues, a las
zonas mudas de los sueños se llega por elevación intuitiva y perceptual; por instantes
tonificados por la claridad que implican ver multi-perspectivamente y no sólo
desde la arbitrariedad de una perspectiva. Acceder a otros órdenes oníricos presupone
un estadio musical acorde con las regiones que resultan abocétables para la geometría
fundamentativa de una época. Subir al orden de los sueños es una experiencia
que te pone al abierto de todos los espacios y todos los tiempos. En este
sentido, creo que resulta más plausible acceder sin lenguaje y sin categorías.
Buscando trans-percibir las monadas por sus phatos
estelares y no tanto por su cuantificación. No obstante, una pregunta raíz que
resulta pertinente tener al develo es: ¿Por qué deseo comprender o elevarme a
los abismos oníricos? ¿No es, finalmente esa ansiedad de comprender la muerte
lo que nos insiste en seguir conceptualizando?
A lo sueños, yo llego desnuda de lenguaje.
Desnuda de categorías.
Anti-K
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