Tuesday, March 04, 2014

Infancia Lacaniana o quizá Kantiana.

Cerros, carretera, montañas hermosas. Las ganas de llegar a ningún lugar. La mirada fija en la raya amarilla. La mirada fija en la raya roja. Es tan popular esa inminente necesidad de llegar lo más rápido posible. Lo más rápido posible. Lo más rápido posible. Minúsculas geometrías de flores mudas deambulan al nadar. Acelerar. Paz estoica de la infancia. Todos esos discursos abstractos sobre el amor. Pienso. Acelero. Medito. Las rancherías preñadas de memorias y discusiones obsoletas. Girar el aire hacia la izquierda, exhalarlo por la yugular. Entrar. Reír. Es  tan necesaria la cero suficiencia. Obsoleta la longevidad de la trayectoria aquella que jala nuestras neuronas al pensar. Esculpir los silencios de los escapularios no te define en el momento exacto. Ves la majestuosidad de las sirenas suicidas sobre el asfalto. Mientras nublas la mirada en el siglo dieciséis. Quizá el siglo diecinueve no era tan romántico. Quizá la conjetura aquella en la que gastaste tantos años nada explica ya. Yo creía que el jardín de peces eléctricos y las crucecitas de madera eran ascendentes cuando habitábamos el uno arriba del otro. Y sí. Era todo imposibilidad. Rejilla. Llanura. Develación. Pero las voces de los espejos triangulares humectaron la efervescencia de mi boca en tus pies. Pensaba en los futuros pulcros de las manos. Nuestras. Era un buen tiempo para ladrar. Luego, los planetas perdieron la dirección. La luna era nueva. Y era, sobre todo, un buen argumento eso de encajar los múltiples discursos en ese atardecer. Los corolarios de  lechuzas muertas deletreaban mi trayecto futuro con exactitud. En ese momento, ya lo sabía. Y era tan absoluta la lozanía de la luz. Que preferí ser ciega algunos días. Entonces, posicionarme en esas regiones metafísicas no constituía arrebato alguno. Las pupilas seguían sin parpadear. Era la seguridad del cielo la que inundaba mi ombligo. Por eso, dormía y callaba en la misma posición. Eran tan elocuentes los instantes. Son. Serán. 

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