Fausto no quiso ir a la primaria por los
colores rotos. Mis caricias son minimalistas en este jueves hegeliano. Esto no
es un beso. Esto no es una reminiscencia. Esto no es la escena estelar de las
bocas encajadas en la voracidad de todos los tiempos. Me remito al vaivén de
medianoche entre tus piernas. Al arrecife políglota que habita en la garganta
de los cometas de ámbar medieval y. Doy tres vueltas. Tres. Hay lectura de
labios barrocos en las meditaciones de las brujas blancas. También, habito en una
canción como influjo sin dirección y dejo de pensar.
Soy esferoidal
Soy reluciente
Soy aquello que te previene de todo
resplandor
Arcaico
Llamémosle, firmamento de sintaxis desquiciantes.
Por eso, al salir del primer nódulo del
tiempo, ya estaba intacta en la porosidad de la lluvia, mis dientes deletreaban
las señales de las buganvilias y un niño a gritos agolpaba sobre mi vientre.
Debo decir que, las caricias se volvieron francesas, y ya no me saltaba la angustia de
los planos desconocidos, pues podía configurar
la arquitectura de siete cielos posteriores, y postrarme en la ataraxia de un
medio día sin cicatriz.
Luego, la conjetura volvía a rasgar con mayor
intensidad la sinapsis de mi sangre y era necesario borrar la cartografía
excelsa de la noche. Cualquier hedonismo irregular deviene insuficiente cuando
levitamos como un lienzo sin orden empírico posible. Eso de inventar las letras
mientras contemplamos la agudeza de los
rayos inconvenientes de calor. Nos permite subir tal escuadra de dragones: Limpios.
Concretos. Finos. Torrenciales.
Tengo
varios libros en las vertebras, pero ahorita lo mejor es.
Salir.