El cosmonauta.
Estuve explorando todo,
desde pirámides magnas
hasta establecimientos de comida rápida.
Todo desde fuera.
En ese sentido laberíntico te fui buscando,
rodando contigo películas imaginarias.
Ya partías con tus tacones mis santos,
destrozabas discos de vinil y no guitarras.
Deconstructora me hacías llegar el mensaje sin dedicatoria.
“Son palabras que no siento”, me decías
mientras ibas a merced del astrolabio.
Si te sabía fruta
rodeaba la atmósfera hasta encontrar el árbol.
Ya eras libélula entonces, volando lejos,
esquivando la neblina sobre algún lago.
Qué maldita era tu mueca para mí,
siendo que a tu mínimo capricho
yo habría dejado en tu bolso:
mis drogas, mi cráneo o mis cigarros.
Por eso era lo que era perdido allá,
en la intrascendencia, en el regazo estelar.
Estuve esperándote harto de insomnio;
sosteniendo con una mano tu bebida favorita,
con la otra apretaba la factura de los olvidados.
En ese trayecto laberíntico me fui aconsejando
probar menos ilusiones mayas, pero consumir más valiums.
Ya partías llena de luz
envuelta en aquel vestido caro.
Yo te prefería sin rimel,
y –claro- despojada del vestido azul;
y que aquellos ojos posaran sus parpadeos,
al menos un segundo de tu vida,
para el hombre del espacio.
Salvador II