A veces existe el tiempo del cero placer en
las abstracciones, de la nula glorificación de los entendimientos puros en los
que fingimos o creemos alcanzar una explicativa fundamental. Miles de horas subrayando
párrafos, memorizando citas, contrastando autores.Tratando de encontrar la mejor explicación. O
en el mejor de los casos: una saciedad efímera e instantánea. A veces también hay
grandes dosis de arrogancia, y queremos devorar los textos de las mentes más
inteligentes a la mayor brevedad y perfección. Dejamos de ver el mundo o lo
vemos a través de sus ojos. Con esto, no quiero decir que estoy en contra de
los placeres intelectuales, o en contra de todo saber occidental, pues también
conozco los deleites de ese pensar. Al contrario, al lugar que quiero llegar es a ese donde
se ha experimentado cierta templanza neuronal y la voracidad por el
conocimiento se detiene porque la vida de uno (la única en carne que tenemos) está
reposando en espera de un nuevo vértigo que lo traslade a indagar más allá de
todo registro textual y mientras tanto habita en la certeza de esos tiempos, producto de la sintaxis actual desde la cual reposa intempestivamente y sabe -quizá- es tiempo de buscar en otro lugar que no sean los libros.