Un instinto fisiológico del cuerpo por sobrevivir a la
saturación de lenguaje en los espacios virtuales, me hilvanó a la ineludible
necesidad de viajar a otros tiempos donde el silencio ocupaba un lugar
ceremonial. Me refiero, por ejemplo, en el taoísmo donde no se le veía o percibía
como un acto de servilismo hacia el
sistema o como un mecanismo capaz de anular la propia voz y el pensamiento.
Pareciese ser que el signo indicativo señalado por Husserl, como un soliloquio
interno e imaginario de cada individuo, está cobrando presencia en esta época
donde en ocasiones despojarse de esas palabras que habitan en secreto sobre nuestra conciencia es una práctica de liberación o exorcismo momentáneo a
través de las pantallas.
Ando silenciosa,
Abajo
de tu espíritu.
Arriba también,
y en todas partes.
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