Debo admitir mi gusto por
cierta Filosofía Occidental, por ciertos pensadores, por ciertos conceptos, por
ciertos placeres del pensar. No obstante, es una adicción pasajera que deviene
en un distanciamiento tajante, cuando el pliegue o precipicio conjetural me
vela el mundo. Es decir, trato de no descifrar el mundo por rejillas lingüísticas
ajenas, aunque en realidad, ello es casi imposible de alcanzar. Sin embargo,
insisto: mantengo un espacio, una zona vacacional donde la seducción de mis
pensadores favoritos no terminan por devorarme. Trato de vivir al flote en epojé.
(De vez en cuando). Y también, trato de sincronizar (Me) en cierta atemporalidad
del espíritu al menos a través de la música u otros paliativos. No me puedo
conformar con experiencias ajenas, pues al fin y al cabo, son órdenes empíricos
y aparatos conceptuales que responden a los temperamentos y necesidades de
ciertos individuos, arrojados a la imperiosa necesidad de encapsular ese
devenir loco e impuro que siempre sobrepasa nuestras paranoias y argumentos del
mundo. Es bonito el orgasmo intelectual. Así como también es maravilloso tener
respuesta para todo o para casi todo. Pero, repito: es necesario inhalar de vez
en cuando todo el aire que se pueda atorar en cierta zona del cerebro y no
pensar. Reposar el lenguaje que nos habita de manera inmanente y sobre todo ser
consciente de nuestros límites gramaticales. Sí, Wittgenstein otra vez.
