En mi próxima reencarnación me gustaría ser alga marina. Encuentro tanta belleza en el anonimato, en el vacío, en la no-existencia. Eso de dejar regado el nombre por todas partes me provoca desconfianza. No termina por convencerme. Si es que existe esa cosa, o tal cosa. Me considero súbdita de la escritura ocasional. Dudo bastante de permanecer en este registro de por vida. Me gustaría vivenciar otros registros: el sonoro, arquitectónico, teatral. Me encantaría estar viva por trescientos años. También sentir enamorada de por vida. Pero, ¿Por qué perder la conexión?, ¿Por que pensar, por qué escribir?
Precisamente, porque no soy alga marina. Soy un ente personalizado, registrado, codificado socio-culturalmente. Todos somos algo de mercancía, aunque nos neguemos a ello. El lenguaje de la máquina ha triunfado sobre nosotros. El espacio cibernético jala y ancla las neuronas. Esto es el futurismo. Sin embargo, un espacio mítico y antropológico habita en todos nosotros. No hace falta pensar poesía. Hace falta vivir poesía entre cada entrada y salida del ordenador. O inclusive: en el ordenador mismo.
Además de ser alga marina, también deseo ser uno de esos colores entre violeta y turquesa que destella el mar durante el atardecer. Y que cesen esos estadìos nihilistas y escépticos que se apoderan de mi existencia. Cuando dudo de la escritura. Cuando huyo del lenguaje. Cuando me doy cuenta que estoy todo el día en el lenguaje. Y pienso: El silencio como utopía.
No quiero ser “especial”. Tampoco famosa. Rehúyo a que me utilicen como mercancía. No quiero decir quien está bien ni quien está mal. Demasiado maniqueísmo para esta época me resulta funesto. Demasiados contactos para esta época me resultan funestos. ¡Viva el pensamiento gerencial¡ ¡Vivan las maquiladoras estéticas¡
Ah, yo sólo quiero sentir enamorada de por vida. Besar, vivir, gritar. Llevarlos a todos a pasear. Ser feliz feliz y ya.
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