Los arpistas astrales.
Dicen (lo cual es improbable), que la percepción luminaria viaja en frecuencias minimalistas por la órfica ciudad recién formada arriba de pájaros irregulares. Que del techo cuelgan canales y más canales de fórmulas irresueltas que forman remolinos vigorosos por dendritas acuáticas de números complejos. Que Lumínica Abstracta está triste porque no puede comprender el origen a través de un emulador. Y se aburre tanto que mejor toma cajas enteras de paracetamol y cafeína. Y su velocidad pensamental se acelera tanto entre vórtices de cuevas, aforismos alemanes y oráculos digitales. Y duerme. Y en esas rutas de arqueologías oníricas en astrales amarillos conoce a los arpistas astrales. Los besa en la nuca y los cuelga en su mundo.
Al segundo entiende: Todo es cuestión de existir en percepción luminaria. Pero claro, la percepción luminaria, no es la percepción tal como se ha pensado. Tal como se ha conceptualizado. Tal como tal. Si hay (acaso) algún riesgo de pensamiento musicalizado entre el enjambre de irregularidades y homicidios epistémicos que valen la pena de no ser nombrados. Están en el eco de una caja de ritmos clavada en un volcán Mu que, durante las mutaciones de los calendarios cuánticos, deviene en bíblicos amuletos transpirando por el Cerro Anaranjado. Bajo estas circunstancias, el enamoramiento de dos civilizaciones es una realidad. Tijuana se enamora de Mu y la ciudad entera baila en experiencias sonoras electrónicas capaces de subir la vibración de cuanto sujeto habite en esta ciudad. ¿Independencia? ¿Independencia? ¿Cuál independencia? Esta es la independencia. Bailamos.
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