Monday, May 01, 2006

Invitación a oriente.

(Escribir un cuento con soluciones parecía ser un ejercicio banal dentro del orden consuetudinario de los prejuicios que contenían a la esclavitud de mi conciencia.)

Luz. Mirva de Acuario estaba sometida a un entrenamiento mental en el cual tenia que vencer la condición “reacción”. Aquella que nos somete cada vez que no encontramos una desición libre de las ataduras de la moral, esto es, cuando respondemos a la manera behaviorista; impidiendo la condición de elección. Esa bruma bacanal la embarco hacia un espacio plegado de nubes aleatorias, que coronaban su hilo espectral a la manera de los dravidas. Describiré el escenario:

Dos gatos blancos sobre sus muslos desnudos lamían lentamente los signos de interrogación que aún sacudían sus gramaticidad recta. Luego girando la lengua en forma circular le insinuaban el final del círculo vicioso. Las alfombras de ese palacio imaginario, estaban barnizadas de uvas solares; de esas que se absorben en las veladas de lunas cortas en las iniciaciones kerevadicas. Un matriarcado ingenuo aún seduce a su conciencia en los inviernos.

Pacto nulificado.

-No tengo derecho a decirte quien eres. Pues cualquier especulación respecto a tu identidad solamente reafirmaría tu mascarada en curso. Y recuerda lo que conversamos esa tarde de placeres lentos y suaves. Silenciándonos el alma dejamos de ser animal para ser lo oculto, y permanecer en la bocanada del secreto. Deseo cero. Siempre hemos sido lo indecible. Te puedo tocar la espalda poco a poco hasta que ya no sientas repulsión.

Cuando tengo que esconder el cuerpo y todos esos bramidos de mándalas arcaicos, sólo para no despojarlos de ese fundamento que les guía la conciencia. Con sólo un gemido podemos conocer el infinito, así sin fenómeno alguno. Tan solo con el grito tal cual es. Regresando seis líneas hacia arriba: no tengo derecho a decirte quién eres. Decir que una persona es de tal o cual manera es violar la inocencia del devenir, es adjudicarles un carácter moral a su patología en curso e involucrarlos en una lingüística profana que solo sirve para concretizar el sueno aristotélico: concepto fijo. No puedo decir quien eres, puedo inventar quien eres. Es una lujuria artística que da la oportunidad de cometer el asesinato del “yo” de una manera tramposa. Pero esa trampa no es ajena a las exquisiteces del espíritu, por el contrario, denota una alta alquimia trascendental, en el supuesto de que todos tenemos derecho a desear el satori, al menos desde nuestra fantasía occidental. Acercarse a lo oriental desde la perspectiva de la “diferencia”, al principio presupone una occidentalización de la contradicción. Es el deseo del afuera con la abolición de la paradoja, o bien, con su sacralización. Corroer el espíritu por esos esfuerzos, denota el mínimo de comprensión del “teatro de la crueldad”, tal como lo entiende Artaud, no obstante, la desmascaralización deviene desnuda en el momento en el que la personalidad deja de desconfiar en la imposición de oriente como una nueva ideología. Oriente no es una ideología porque ideología presupone estar inmersos en un pensamiento metafísico, tal y como se le entiende, en la tradición en donde el pensar no es posible tal y como lo pensó Heidegger.

¿Por qué hay una desconfianza por lo oriental? Será porque lo más profundo se disfraza de lo más banal tal y como sucede con los libros de Nietzsche que están demasiado accesibles.

Te invito al poco oriente que conozco, desde mis primeros despojos del pensamiento, hasta las confusiones que he decidido cortar de una vez por todas. Así, con el amor libre, tal cual es: sin pedir nada a cambio. Quizá al menos una presencia. O quizá ni eso.

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