Sunday, February 03, 2008

carta para el ausente.

No comprendo la contradicción. Habito en ella. La luz me niega, ignorándola en su ser. He consultado algunas de sus definiciones, inclusive podría asegurar que yo también formo parte de su engaño. Algunos olores invernales me recuerdan el cataclismo de los silogismos. Esa tendencia instintiva hacia una claridad no deseada empieza a perturbarme. Puedo ser objetiva y subjetiva al mismo tiempo.

Me encanta decir: “todo es teatro”. Nada me compromete. Las explicaciones del deconstructor de la cámara de kirlian me confieren a antiquísimas cosmologías. La elucidación de las lucecitas me dota otra escenografía. Mi existencia queda envuelta entre esferas interconectadas a un plano de lo divino desconocido. Hay redes teñidas del aliento de dos bocas en el misterio del donarse. Mis ojos emergen de la virtuosa agonía del Leteo.

El niño cuervo se deleita en la soberbia de las conclusiones. El silencio me coagula en mi adicción a la escritura. Necesito fundamento. He vibrado en el amor trascendental en varias ocasiones. Superando la muleta del yo y el tú. Pero luego la trivialidad me encaja en un …Tengo tres rostros. No hay ningún caliz que me remita de mi tendencia a los cuadros.

Estoy encantada en un vestido antiguo que he robado de un jardín Carolingio. Su gesto tiñe todo el resplandor de las noches en búsqueda del exponencial perfecto. Hay suaves cicatrices de ficción. El dialogo se encamina entre la inmediatez de algunas fórmulas que supuestamente han superado la dialéctica del acto y la potencia. Aristóteles queda remitido a un oasis disfuncional.

Evito llenarme de ese entusiasmo positivista que me rodea en los últimos aconteceres. Me deslizo en la duda y por un momento recupero el asombro en un concepto llamado singularidad. No sé si esa fórmula ha evadido el fundamento metafísico. Pero su existencia resulta atractiva. Tampoco sé si hemos evitado a Edipo. No hay ideas serias. Sólo le puedo expresar mis especulaciones y mi difícil toma de decidir entre algo verdadero y falso.

No entiendo la singularidad. Hace tiempo que mi cabeza no gira alrededor del intento de comprensión. Las ideas hegelianas, son mi a recuerdo, las que más labor de concentración han dejado en mí. Si esa idea de la singularidad logra entretenerme en algunas reflexiones, pensando que es a través de ella como se origino toda la existencia en el universo, tal vez, volvería a caer en mi vicio teológico. ¿Cómo sé cuando no estoy en èl y cuàndo estoy fuera de èl? Vale o no vale la pena que mi cerebro se vuelque otra vez sobre la obsesión de la idea del afuera.

He logrado vivir sin la respuesta. Sigo atorada en la concepción lineal del tiempo. Cuatro siglos para ser exactos. Y sì sigo dudando, es porque ese concepto ha cobrado demasiada vida en mí. Le he dado demasiado poder a la ideología del desencanto. Más no sé si es el desencanto cartesiano. Ese tomar distancia me conduce a algún lado. Aunque sé que la distancia no significa ruptura.

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