Wednesday, February 14, 2007


La experiencia mística
me remitía al espejo de un momento. La primera vez que entre al cubículo del zazein, fué para desterrarme de esas visiones cuadrangulares, que apaciguaban mi alma entre el discurso de la estética tradicional y la destreza del azar. “La cabeza del gigante” que me acompañaba disfrutaba de la misma sintonía: Tomar los pinceles, e invocar el acontecimiento mágico. Sólo era una cuestión de trance, una petición, una oración hacia lo que el llamaba su “yo trascendental”, pero no a la manera de Kant, sino al estilo de algunas sectas destinadas a los cielos blancos. Le gustaba exorcizarse sobre papel tipo tortilla con lápices de carbón marrón. Luego empapando su deseo con una suave vibración de su vena predilecta (yugular), empieza a jugarse en la laberíntica extirpación de sus traumas.

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