Diminuto espejo de hexagramas celtas.
Diminuta caricia en la costilla suya. Hombro lunar izquierdo. Volcán henchido
de salamandras victoriosas. Cúpulas de sal astral. La línea suprema de esa
escena contenida en la sonrisa de un sol lunar desaparece el precipicio de las
sumas. Numerar los besos en el contentario petrifica las ecuaciones
post.dramaticas en la pared. Por eso, nadamos al revés. Por eso, lloramos de
aforismos maquillados de claveles y abecedarios cero. Luego, el alquimista de
los tes azules enarbola nuestra mirada en un brillo perpetuo de encendernos. La
corona de la emperatriz y el enamorado acariciando el vértice de nuestro espíritu.
Entonces, un sabor eléctrico del siglo XVI escupe peces ciegos en nuestros
libros favoritos y volamos. Volamos al planeta aquel que se esconde atrás de
nuestros huesos juntos. El vinilo de los ajustes pitagóricos dilata la palpitación
de los ángulos yugulares. Tres notas de afrodisia juvenil como el inicio de un
poema mallarmiano sujeta estas
piernas. El esmalte perla de mis uñas me ordena parar. Suena la uña. Suenan las
pulseras tibetanas. Suenan los pensamientos disparatados de un futuro. Ya.
Resuelto. Ahora. Ya.
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