Wednesday, March 21, 2012

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Recibí una carta de la diosa blanca a media noche. No podía dejar de pensar en el vicio aterrador de ocupar una posición en el mundo: Un nombre importante. Pero el balbuceo crepuscular de esa diosa loca me arañò la mano mientras dormía. Sí. Me arañò la mano como pajarraco de inframundo. Me puse vitacilina sobre el rasguño y aquí  la señal sobre mi mano. Extraño los vinos noctambulares de las tentaciones cirenaicas. Ha de ser esa la signatura que coagula mi ombligo entre manzanas rojas. Cuando respiro hipótesis futuristas. De mago muerto en tres siglos posteriores. Ha de ser bien hermoso tener una noche pirrónica con sonidos arriba del renglón. Me gusta perder el tiempo en la narración. Me gusta el registro de los lapsus incoherentes como gritos bien fuertes entre las puertas de los oasis. Me gustan los párrafos que se borran al revés. No me gusta enojarme con la diosa blanca. Pero los nombres importantes nos tornan irreverentes. Serviles. En ocasiones. Y es mejor pensar un copy paste taoísta. Y pensar en la mortandad de los planetas y galaxias y montañas. Y todo. Es ligero ser mortal. Recursos literarios inexistentes en un libro denominado el grado cero de la escritura. Escrito y legitimado cincuenta años atrás.

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