Tuesday, March 27, 2012

La carroza de Parmènides desliza poemas digitales entre varias pantallas. La pantalla cero de rojo zigzaguea señales como tundras a vainilla de mar; la otra pantalla, la astral, polariza cometas barrocos entre los listones de mis costillas. Signaturas de soles blancos queman mis corneas; al ciclo izquierdo, alguien tira runas en internet, y una frontera implicada duerme. Siento pasar aforismos extraños por mi hígado. Es obvio, un sueño tan simple y categorizado bajo algún renglón psicoanalítico, es algo torpe. Nulo de narrar. La única señal del sueño es volar. En eso estoy totalmente de acuerdo, con los egipcios y algunas tribus australianas. Mexicanas, implicadas. En frontera. Al pulso, dormí.
                                   
La carroza estranguló serpientes de sal, arañe  robóticas de  luna. Así, empecé a orbitar experimentos oníricos a voluntad. La primera pantalla volar hacia usted. La segunda pantalla. Desaparecer. Entonces, hay que volar. No hay otra. Sí. Volar. El calendario y las geometrías más próximas así lo marcan. Señalan. Tengo un listón dorado protegiendo mi cintura. Nadie puede dirigir mis sueños. Excepto yo. El  motor de vuelo instalado en mi tercer ojo como florimancia kafkiana. Indica:_______ Despegar. Volar.


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