Los seres humanos somos extraños ante los “fracasos”. La identidad pública, o la imagen que proyectamos hacia los demás, en este mundo global, es la raíz clave de todo esto. Las caídas en un sentido material o espiritual, son sólo oportunidades que nos brinda el universo para ascender: a la nada, a la despersonificación, a la libertad, a la armonía. En esta trayectoria, desaparece la obsesión de actuar o crear para dar gusto a los demás, o para legitimar identidades pùblicas: Identidades del éxito. Luego, cuando se hincha tanto el ego, Nietzsche no duda en gritar: aguas porque a la menor picadura puedes desaparecer. Entonces, es tan extraño esto de las caídas, y por supuesto eso de las levantadas. Y aquí, lamentablemente el “orgullo” es una emoción primordial, para reaccionar ante el supuesto fracaso. Lo ideal sería levantarse sereno, callado, alegre… Lo ideal. Pero, desafortunadamente, esto pocas veces es una opción. El “yo” tiene que salir a decirle al mundo: miren aunque me hicieron pedazos me levante. Ahora, soy mejor que ustedes, otra vez.
Fluir, fluir, fluir…es una opción…o la risa, la risa, esa risa, a propósito de Nietzsche.
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