Tuesday, August 06, 2013

Pentagrama Fronterizo

El día que llegué a Tijuana, me acompañaban My Bloody Valentine,  Dead Can Dance, y cien pesos en la bolsa. Era una inocencia irradiada de metáforas, y  cierta tranquilidad  de no saber nada durante el cuerpo. A los días, tenía dos trabajos: Uno, en una librería; otro, en un café. Después me cansé de los reglamentos de mi tía y desaparecí en el Volvo de una pintora. Todo se interconectó a la perfección para mudarme a otro espacio, a otra temporalidad, y a otras vivencias. Veinte años, y claro, ya conocía a Rimbaud. Después la geometría de los eventos me lanzó a una fiesta ochentera, conocí a un humano con cierta sintomatología vibracional acorde a la mía en aquel momento y me fui con él. Pasaron siete años de inventar el mundo lejos de la civilización, de viajes, y experiencias buenas y malas como en todo. Al tiempo, entendí que mi configuración interna bailaba otra canción, por eso nos fuimos. Pocos días pasaron y ya tenía otra orquesta, otra historia, otra tonalidad. No tan extensa en tiempo, pero intensa en duración, que por supuesto, también desapareció y me llevó al lugar exacto donde nos habíamos quedado: Real de Catorce, Ensenada, Tijuana, Monterrey. Los primeros dos humanos eran muy metafísicos, el último humano no tanto, era más bien un tanto escéptico con meditaciones estéticas y leves rasgos de trascendentalidad. Luego, mi carne se abrió y me hice dos.  Finalmente, entendí que esta ciudad brillaba diferente que el resto de las ciudades, que tenía que llegar aquí por destino a priori revelado, que en otras partes no aprendería lo que aprendí aquí. Que lo sagrado abunda en lo más vituperado. (Aunque la lógica del mundo señale lo contrario). Que esta cosa llamada Pentagrama Fronterizo habita más en luz, por un extraño chacra debajo de la tierra, que aún no sé donde habita con exactitud –pero que tampoco es necesario- y que he sido muy feliz aquí. 

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