El
habitad en la pantalla virtual distorsiona las percepciones del multi-tiempo. A
lo mejor es tiempo de abandonar la pantalla y regresar a una esfera
introspectiva, más allá de las índoles normales de la actualidad cibernética. La
pantalla mata la meditación, en ese afán de publicidad individual, de
publicidad de la existencia, de publicidad del estoy aquí. Sigo el adivinario
electrónico, con la intención de preguntarle qué es el tiempo, no sin antes
pensar, si aún es necesario preguntar por el tiempo y no por el multi-tiempo. Voy
a la barra con la certeza de un pecho abierto y una gélida sensación de humedad
filtrando mis tobillos. Luego pregunto: ¿Qué es este tiempo? Enseguida, dos
imágenes: “Agua sobre la montaña. La imagen de la obstrucción. El
hombre noble dirige su atención a sí mismo y templa su carácter”. Esto me lleva
a pensar en la fortaleza suave que difumina los obstáculos temporales, los
latidos internos de la transmigración espiritual. También, en aletheia, en un
aletehia colectivo sin el peso que conlleva la verdad en un sentido occidental,
sino al contrario, en esa aletheia que deletrea: Camino es camino. Después,
entonces: “Nubes y trueno: la imagen de la dificultad inicial. El hombre noble
pone orden a la confusión”. Así, no hay rareza en las primeras afirmaciones. La
respuesta del adivinario encaja como futuro predeterminado en esta reflexión. Al
finalizar lo anterior, siento la necesidad de abrir las hojas blancas con mis notas de Calvino,
el primer acercamiento al azar me descubre la escritura como un oráculo que
purifica, en fin, no hay por qué hacer un drama.
Al segundo, busco una manera de finalizar el texto porque no
existen las ganas de generar una construcción lógica. Me interesa sobre todo el
azar. ¿Será prudente abrir el libro de Pessoa? ¿Será? Tres segundos y me dirijo
hasta el armario.
Ese libro ha muerto.
Ese libro ha muerto.
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