[ la rodilla de lao
tse ]
Una rodilla hegeliana es una bola de
hueso en acero hostil. Por algunas coincidencias dialógicas. Por sincronía: la ambición
que presupone lo absoluto. Entonces la substancialidad ósea que sostiene al
cuerpo en su andar; se ve implicada en un proceso de descalcificación sonora cuando
no logra precipitarse en el vuelco constante del devenir: no baila al ritmo.
Trota si acaso según la velocidad del momento en turno en la manipulación
constante de lo que acontece. Pues, en caso contrario, pierde el control. Es
ciega de la inocencia del devenir. Está sedada en el cálculo constante de
posiciones –tanto espaciales, como humanas-. No puede imaginar escenas precisas
sin actuar.
El movimiento es algo
poco entendible. Aún regimos nuestra vida por proyectos futuristas. A decir de
la rodilla hegeliana: somos demasiado estacionarios. ¿Cuántos bocetos ilegibles
de escenas del pasado rondamos una y otra vez; sin lograr al menos digerirlos?
La
rodilla hegeliana es una de esas estructuras “pensamentales” que mueren entre
los sesenta y setenta años. Desconoce el misterio del wu-wei. Por eso, muere a muy tempranas horas. La longevidad es algo
no necesario dentro de sus proyecciones controladoras. En cualquiera de sus
introyecciones –tanto externas como internas- posa en la paranoia constante del
desalojo o en la perdida de posición instrumental. Es en pocas palabras la
mente calculativa que no deja que las cosas sucedan.
En
cambio la rodilla de Lao Tse permanece serena ante las mutaciones del universo.
No se ve afectada por ninguna posición espacio-temporal. La descalcificación
sonora es un fenómeno ausente. Este tipo de rodillas saben bailar ante
cualquier escenificación de la existencia. Ruina y gloria son indiferentes para
los portadores de este tipo de cuerpos. No tienen miedo de perder un trabajo, por
ejemplo. No pasa por sus labios la palabra difícil. Es en pocos sonidos una
espiritualidad al margen del control. No manipula nada porque no tiene nada que
perder.
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