Meditar entre abismos, y sobre todo en filosofía, me arrastró azarosamente a Roland Barthes. Mientras pensaba en la posibilidad de nombrar el abismo, pensarlo, capturarlo, y tal vez, develarlo. La incertidumbre del momento me posicionó en la trayectoria del primer apartado sobre “fragmentos de un discurso amoroso”. Y desde ese espacio, el abismarse se designó como un ataque de anonadamiento, que se apodera del sujeto amoroso, por desesperación o plenitud. Así, por vibración momentánea me plegué a la segunda condición. Y me abrí al gozo experimentado por instantes vacíos y abiertos a la geometría abismal que nos acontece. Sin anclaje alguno. Pues volcarme en un abismo por desesperación, me tornaría en el incestuoso reduccionismo lógico, que nace castrando precisamente; lo caótico, incognoscible, vertiginoso e inconmensurable, el caos abismal.
(2011)
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