Hay pequeñísimos instantes donde vivo en el
espacio implicado. Puede ser por ejemplo, cuando me emociono al observar el
viento sobre las melenas de las palmeras, o al saludar esos extraños topos de lluvia que se
atraviesan en mi camino. Entonces recuerdo el instante sereno de todos los
instantes. Y me siento inmortal. Me inmovilizo. Me canto. Me mato. ¡Han de ser
los metaforicidas impresionistas que
me jalan los dientes!. ¡Han de ser las tonalidades de la frugalidad!.
Contentario:
Prometí no iluminarme con los aforismos de la
corona de Zeus. Prometí ser tan banal como aquel haiku no escrito.
Prometí no prometerme.
Prometí dejar de bailar en el parquecillo de
los viajes astrales.
Prometí, prometí, prometí…
Ahora vuelo absuelta en el parámetro inconcluso de los libros imaginarios.
Limpio iglesias mientras los perros aúllan. También, trato de regresar a los suicidas a su
destino. Entonces, despierto.
Y prometo ser material.
Pero los giros de las velas ambarinas siguen flameándome las vertebras.
Entonces, soy también Cleopatra en el sendero
de los bosques al revés.
Agua, fuego, mar, cruz.
Siete lados en las costillas.
Siete meridianos en la garganta.
Gardenias, mandrágoras, plantas de cristal.
La alquimia del silencio.
Hay brevísimos espacios, donde prefiero
volar.
Hay brevísimos espacios, hay brevísimos espacios,
Donde mutar no es una opción de alta naturaleza.
Donde mirar es una opción de alta naturaleza.
Por eso, vibro…. Y soy un amuleto amorfo,
enlamado al adivinario de la verdad.
¿Verdad aletheia,
que yo no estaba mintiendo esa noche?
Al despegar, era mediodía.
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