Tuesday, June 17, 2008

R. sobre el suicida.

Él probablemente sentirá el vértigo del quinto piso. Estado cero de la resignación. Treinta y tres veces tuve que amar sus intentos de suicidio. No por el efecto que producen las tinieblas cuando se apoderan de tu garganta, sino por el violeta profundo que irradia la muerte cuando la pretende. Forma pura de la seducción. ¡Que me lleve quien me trajo!

Aquí va un corchete. La vida y la muerte son indistintas para las inteligencias que saben profanar el infinito. Nada de indiferencia. Aquí va otro corchete.

La primera vez que intenté matarme tenía cinco años. Estaba convencido que era inútil permanecer en este planeta. Intoxicado por la certeza de una sensibilidad jainista decidí arrancarme los juegos. Tiré mi triciclo, las canicas y los cuadernos de dibujo, como primer acto de despedida. Después opte por destruir todos esos acontecimientos que no me pertenecían. La culpa no fue de Dios. Tampoco eran esas idas a la iglesia del brazo de madre, los golpes en las rodillas, o los brincos despiadados por todos los arrecifes y mares clandestinos. Pretendía ser un personaje sin nombre, con las manos tan grandes como para evitar cualquier intento de derrame seminal innecesario. Me fui infiltrando lentamente en la adicción por las caricaturas. Aquí va un corchete. El nombre de las caricaturas. Aquí va otro corchete. Ver la nota al pie[1].

Fue mi primer acercamiento al platonismo, porque al terminar todos esos acontecimientos lúdicos ya no sabía distinguir entre lo real y lo aparente. Mas no me producía angustia alguna. Volví a rendirle culto al simulacro, como una nube que se desnuda en la neblina con el rostro de dos lemures copulando. Las melodías eran de una clasificación nominal inglesa que usaban algunos burgueses a principios de los ochenta. Me decepcionaron por tomar la nomenclatura de lo normal. Tenía tanta apatía por el sentido común que aborrecía las labores domesticas.

Fue en ese tiempo cuando descubrí el placer de la blasfemia. Fingiendo oraciones, letras, multiplicaciones. Todo me parecía tan falso que decidí morirme. Aquí va un corchete. Aquí se muere. Aquí va otro corchete.

Volví a morirme a los catorce y a los diecinueve. Seguía vivo. Decidí aventurarme en la empresa de los jóvenes que se empuñan el corazón con dagas de marfil, y sucumben presos del pánico que provoca el desgaste de la amnesia. La culpa no era la mujer. NINGUNA MUJER. Seguía caminando, embriagado por la expectativa de un final indiferente. Nihilista, existencialista, pariente de Sísifo. Cualquier otra denotación intentando definir lo que sentía resulta obsoleta.

No es la única sintomatología que practico. A veces me acusan de irradiar una tonalidad y frescura juvenil desbordante. Es como si me bañara todos los días con el champú Caprice. De cualquier modo no pretendo ponerle fecha al suicidio. No quiero ser Borges [2].

Si de portar una máscara se trata, prefiero balancearme en el “abogado de la muerte”.[3] O salir a caminar por las avenidas de las plazas mundanas, a conseguir la siguiente víctima. No toman lo bueno. Se convierten en su propia victima por falta de un padre responsable y comprometido con la verdad. El síndrome se repite.

Para regresar al cinismo que representa mi quinto piso, me dosifico y empiezo a reflexionar: “Toda tentativa de considerar los problemas existenciales desde el punto de vista lógico está condenada al fracaso”. La tiro a la basura, y la vuelvo a aplastar. Me siento Gregorio Paz sufre el trastocamiento.

¡Gregorio Paz…Gregorio Paz…! -se escuchan las voces por el pasillo del pabellón-. Se acerca un hombre como de de unos 50 años, -dicen que es sexy-. Es más mentiroso que el futuro suicida. Le ha mentado la madre a Durazo, dicen que quebró una de sus avionetas. Hace años nadie sabe nada de él; pasa totalmente inadvertido en el hospital psiquiátrico de quién sabe qué lugar. Es el padre de la que escribe las letras. No sabe dar consejos porque, afortunadamente, no es estudiante de psicología.

¿Vale o no vale la pena vivir? Mejor voy por un plátano, son más divertidos que los kiwis. La relatora se queda en una historia corta. Se sale del tiempo. Probablemente no contesta porque se esta comiendo un melón. Ya no habla más. Se comunica telepáticamente. Se va por otro plátano. Se trastorna intelectualmente, sufre algunas contracciones. La gata la observa mientras se masturba. Le golpea los puntos del ojo con la intención de absorberle un poco del silencio escondido en el ámbar de sus flagelaciones. Aquí va un corchete. No es feminista, aunque su padre ame a los niños y jamás haya tenido uno. Aquí va otro corchete. Sus uñas siguen teñidas de la frialdad arrogante de su compañero ficticio. En la escena imaginaria la cintura de la que escribe las letras se empieza a asfixiar tras una sonrisa mutua por el lado trasero. Se conectan en el mismo instante. Hay más plátanos y menos kiwis.

La que escribe las letras saca otro dato cursi: Los saivas tenían un templo en Vindhyavasini, en donde frente a la imagen de Bhavani, la forma de la plegaria era cortarse la garganta hasta morir. Los pandavas en el Himalaya usaban el método de peregrinar sin pausa hasta morir exhaustos.

La cita no cumple con los reglamentos del formato APA, le hizo copy-paste. No sabe cómo demonios terminar esto. Tampoco hay ese detallismo maniaco-obsesivo. Disculpe el lector. Seguirá tratando de no pensar en eso, para no otorgarle el carácter de lo real. Teme que si cree en el acto suicida como “acto verdadero” se convierta en un “acontecimiento palpable”. No sabe llorar ni suplicar. Lo ha olvidado. Es tan necia que se queda dentro de un en un circo. Cuida el lenguaje y ve lo que quiere ver. Podría resucitarlo en este momento sin pedirle permiso. –SE ABSTIENE-. Probablemente en este instante ya resucitó. Sin embargo, la que escribe las letras ya no contesta porque se está metiendo en otro cuento.



[1] Este párrafo está inconcluso en este momento, porque la que escribe las letras, todavía no tiene la energía suficiente para meterse en la vida de ese niño a los cinco años de edad. Promete seguirlo intentando las próximas noches. Y revelarlo a la brevedad posible.

[2] Borges publicó en el diario La Nación de Buenos Aires (27-3-83) un relato titulado Agosto 25, 1983, en que vaticina su suicidio para esa fecha exacta, y del que declaró no haberlo cumplido «Por cobardía».

[3] Heguesías el cirenaico fue apodado «abogado de la muerte» por predicar el suicidio ante audiencias que terminaban por cometerlo, hasta que el rey Ptolomeo lo prohibió para restablecer el orden.


No comments:




Blog Archive