Monday, November 26, 2012

micro.zen


Tengo pocas ambiciones en la vida. Una de ellas es amanecer con el cerebro lucido y destapado, y con buen sentido del humor. Aspirar a que en ese día cualquiera tenga instantes poéticos. Que no tenga dolores en los hombros y tampoco estrés. Aspirar a que ese día tenga instantes de asombro. Y después,  pensar que la humanidad entera tiene derecho a la felicidad. Que escribimos por encontrar lo infinito-cosmogónico. Que creamos para aniquilar la identidad. No para ganar. No para perder. No para ser un nombre importante. Que a veces no decimos nada porque el absurdo existencialista de la mortandad nos paraliza las células alegres. Que pensar en la muerte como algo a futuro presente en cualquier presente. No nos impida gozar y aspirar la sencillez de una diminuta respiración. Que la palabra superioridad e importancia no nos gangrene el espíritu. Que nadie se violente por decir lo mejor o lo peor. Que nadie se violente para legitimar un hecho tan ridículo como la inteligencia ocasional. La gran inteligencia de este mundo. O peor aún: el más inteligente del mundo. El único y la verdad. Tanta superficialidad por destacar. Tanta pérdida de tiempo. En pocas notas: algo está vibrando mal. Que si las protestas, manifestaciones, luchas, minorías, grupos de defensa, de toda la defensa. Tanta voz inadecuada. Algo simple podríamos hacer: disparar frecuencias solfeggio del amor y la paz. Por treinta días todos los días por muchos humanos. Para destapar la oxidada vanidad de aquellos que aspiran a dominar el mundo o lo dominan. Pido un día de cero aplausos. Pido un día de la nada. Pido la eliminación de los premios del más bonito y mejor. A lo mejor a lo mejor. Ese mundo figurado de la inmortalidad con el nombre en un cartón de sopa  maruchan  podría optar por desinfectar un poco el mundo. Me duele la ignorancia de los aplausos y las falsas reverencias. Ah, pero qué sucede, necesita los aplausos para funcionar. Que se niega a asumir su mortandad en la vacua sintonía de los incrédulos cero narcisistas. Disculpe usted si no le dije que era en exceso maravillosa. Claro, como cualquier simple mortal. Y ahora, antes de acabar, tengo un deseo: Deseo un invierno nihilista y amoroso. Con mis ojos puestos en mi jardín laboratorio zen de ciencia y literatura. Con mis ojos puestos en los aviones que van y vienen y aterrizan. Y me da igual, Moscù o Nueva York. Y me da igual casi todo. Excepto las hojitas de los árboles que raspan mi ventana. Ahora, sólo presto atención al chocolate abuelita, al incensario de romero, y a los mantras tibetanos. A cualquier otro instante lucido que tengo para tirarme en el suelo y aspirar a mi instante metafísico. A resolver la felicidad de este día. Nada más. Viva resuelta en este micro-segundo. Nada más. Soñar.

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