Pentagrama Fronterizo.
La vida es feliz en el Pentagrama Fronterizo. En las calles la gente camina con brillo en los ojos, saluda a los homeless que lloran, se estremece con la arquitectura de las nubes pequeñas y por la mañana despiertan con asombro en primera vez. En las maquiladoras de parques infantiles las obreras mandan radiaciones violetas al resto de las ciudades ultra-planetarias que no son felices. Dentro de las casas, las personas se sienten una misma esfera, no perciben diferencias y categorías; son en palabras sagradas un sólo aleph. Y sin embargo, Luminika Abstracta se siente muy triste cuando las vibraciones amorosas dejan de entrar a su cuerpo. Entonces, consume ignatia a la 200, y a los días vuelve a formar parte de la òpera invencible de las ciudades luminarias. A volar por las carreteras de los viajes astrales, a pulir su ùltimo amuleto entre las cajas de ritmos del cementerio portuguès. Han de ser todas esas noches, en las que no logra resucitar a todos los muertos que piensan que son vivos. Han de ser todas esas noches en las que la vanidad de las estrellas se sumerge en criptogramas carolingios. Luego, la bifurcaciòn de su espìritu es otra tonalidad: volver a entrar al cuerpo abierto, volver a respirar entera la ciudad.
Claro que tambièn en el Pentagrama Fronterizo sonarà el dìa en que su ùnico deseo sea partir. Sabe que no tendrà que seguir consultando el Adivinario Virtual. Ni las runas electrònicas ni los oracularios escandinavos. Es, en pocas notas, su regreso a la casita piramidal, su regreso a la nada: desaparecer en el anònimo deseo de lo sutil. Regresar al jardìn de las flores alquimistas. Atravesar la ùltima puerta vaginal. Llegar al eterno planeta de los monjes ciegos y no decir nada. No decir nada, no decir nada, no decir nada: enmudecer.
Al emigrar, era mediodìa.
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