“El hilo de la
historia se ha enredado, no sólo porque es fácil combinar una melodía con otra,
sino también porque cada grito nuevo desemboca en un sólo entendimiento”. Las
banquetas de los destinos cruzados a las seis de la tarde, en el Centro de
Tijuana, destilaba aretes de Oaxaca. Tanta metafísica al bordear los semáforos.
Tantas caras encontradas en una misma. Sal. Claveles blancos. Es extrañísimo el
mercado de las lunas alquimistas. La levedad de un brillo instantáneo de bocas
colapsa emociones paradojales: “Sobre un fragmento de aquel mármol desvitalizado, la joven corintia
cambiaba uvas y zapatos con el flautista Mitilene”. Al día siguiente, Ulrika de
las lluvias, contemplaba tranquila la disparidad de los eclipses
fronterizos. Emulaba canciones por las rodillas como celestina astral. Eso de
nombrar los acertijos sin la bendición de las zapatillas rojas. Sonaba rudo de
narrar. Hay tanta promiscuidad de besos en el mariposario de poetas .
Tres sintetizadores carolingios nos detienen los labios. Telepatía de sentimientos estrafalarios. Claro, el
delfinario. Me gusta que me piense todo
el día. Me gusta: “En Londres, a principios del mes de junio”. Me gusta la percepción
y la memoria infalibles. Me gusta todo
me gusta. Contentilla la mañana de damas chinas. Contentilla la mañana de
ciudades invisibles. Contentilla Sri Sai Flora fluxo incense. Contentilla de
tanto pop barroco sin sun sun lo suave. Contentísima. Luego arriba, sin las señales del pensamiento,
empezamos a despedazar señales amorosas por todos los cometas. Planetas. El
hilo de la historia no está enredado. El hilo de la historia está clarificado.
Sanado. Bendecido. Glorificado.
Con el permiso de:
Calvino, Lezama y
Borges.
Una Karla entre los
renglones.
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