Friday, October 05, 2012


Hay una extraña perforación llamada tiempo. La pulsera roja de las rarezas escandinavas deletrea calendarios infinitos en el pecho. Infinito. El único concepto que vale la pena de ser pensado. La escritura y el espíritu santo. Nadaba en el avión. Las torres de marfil y los bosques densos. Ese alquimista que vendió su alma en un numerario. El día veintinueve de Octubre del 2008. Después de las chocolatinas, el vino  y la chica normal. Traté de ser normal. Pero todo me salió muy mal. La careta corporativa; trivial, demasiado trivial. Las noches añejas de simbologías merovingias y disertaciones subatómicas; seguían siendo el discurso favorito de mis senos. De mis vestidos. De los días excelsos de enamoramiento perpetuo y no mesurado. La no mesura devino latente por desear una exageración de lo inaudito. Lo inextricable de los encuentros en el balcón. La música barroca y argentina devorando el pensamiento. Tanta simpleza denominada: autismo compartido. Nerdismo compartido. O esa extraña afición por descifrar el mundo. La metrópolis de las delfas ciertas sigue acurrucando epistolarios, alumbramientos, señales, códigos, cuatro brazos en uno, dos miradas en una, dos en uno. Una en dos. Dos en uno.  Nunca lo eterno fue tan sencillo. Aquí.  

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