En
1983 mi padre estuvo preso en Nuevo Laredo Tamaulipas por narcotráfico. Yo no
sabía nada de eso, lo único que sé, es que me tuve que acostumbrar a cambiarme
de kinders como por cuatro lugares diferentes
hasta que mi papá fue liberado. Fue un año muy extraño, yo no entendía qué era
ese lugar, ni tampoco porque teníamos que ir Domingo tras Domingo de visita. Los
pocos recuerdos que tengo de ese lugar, son las tienditas de dulces para los
internos, o para los parientes de los presos, y una gran cancha para jugar tennis. A lo mejor, fueron en esos días
donde surgieron mis primeras preguntas filosóficas. Las primeras
contradicciones. Y desde luego, esa combinación extraña entre mi educación católica
y el trabajo de mi progenitor siempre causaban un ruido extraño en mi
conciencia. Me costó mucho tiempo
separar el maniqueísmo cristiano que me enseñaban en la escuela del amor que
sentía por mi padre, pues simplemente yo no podía verlo como un criminal. Porque
finalmente, era generoso y complaciente con nosotras. Ya después entendí que mi
padre prefería andar en ese tipo de negocios que ser un obrero en alguna
maquila gringa, y que la vida de andar por ningún rumbo fijo sin ningún reglamento
fijo era la vida que a él le había tocado llevar.
En
un micro-instante de paz. Satisfecha. Estática. Luminosa.
En
la nada. Sin nada.
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