Saturday, January 05, 2013

Peinadita.


Hace como tres años, aprendí más o menos a peinarme. Soy hija de una mujer que duró diez años internada en un colegio de monjas, donde las enseñanzas sobre el peinado y el vestir eran casi nulas. Luego, en una ocasión, intenté peinarme con harto gel delante de mi padre y recibí un regaño por mirarme en el espejo. Entonces, me volví una chica sumamente tímida y nerd durante la adolescencia. Mis senos me causaban pena, y no quería que los chicos me voltearan a ver. Con el tiempo, transité entre varios estilos de look según la música que sonaba en mi habitación: punk, trova, electro, hardcore, etc. Andaba en búsqueda de una identidad, como algunos o como no todos. De ahí que, mis primeros días de peinada, sentía temor de que me etiquetaran como una tonta –de hecho, algunas veces lo he percibido-, después aprendí a reírme y a disfrutar de otra tonalidad de ese sentimiento llamado  vanidad. Pues acaso, ¿No es el afán de inflamarse de lecturas hasta el tope otra signatura de dicha sensación? En fin, son cosas extrañas, y para colmo no son sino manifestaciones de una máscara  primigenia que vamos puliendo para sobrevivir y ser aceptados en la vida social. 

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