Este
sentimiento de siglo XIX está partiendo en varias muertes mis arterias. La
llama estoica de vanidades obsoletas refluye agria de abstracción en mis
entrañas. Es domingo en un día desconocido de Abril. Es ningún día. Es el
nanosegundo de los arañazos ausentes, de las tinieblas mascaradas del error.
Tres y cuarto. El ritmo zodiacal de mi sangre en el lecho de Asterión. Tres y
cuarto. El ritmo zodiacal de mi sangre en la infancia kantiana. Tres y cuarto.
Nada detiene la obsesiva serenidad de mis siete lunas dementes: Lunas al revés.
Tanto pensar en la salida del desierto. Tanto pensar en la entrada del
desierto. Tanto pensar: Es esa carta sagrada no nombrada ni escrita en el multiverso cibernético. Es un
regreso abundante de peces, flores, cuarzos y lechuzas obstinadas. Itaca lo ha
dicho: la piel está muerta de tanto pensar. Y no claro: yo también he gravitado
en el aura de las palabras sin sol.
Un triangulo de tres limones debajo de mi almohada con el signo enterrado en la pared. Es la belleza de una tarde nihilista y nada más: Jardín de cactus. Orquesta medieval. ¿Es ese el espectro que contiene todas las alegrías ad infinitum in parvum? ¿Es esa yo replegada al infinito de Dirac? Cero menos tres. El vinil de plástico decorando las gárgolas de la abundancia noctambular. La efímera sensación de los días más felices en los días más felices no es teoría de la felicidad. Dorotea, cuatro torres de aluminios, dadme serenidad. Quiero desarticular la aurora karmica de los tiempos estelares. Difuminar el carrusel de besos infantiles en todas mis travesías oníricas y desquiciar la historia futura que vuela al revés. Aquí. La imagen presente. Algo sucederá después de tres mil cuartillas de historias incrustadas en las cúpulas de miel. Es -este- el instante de las siete de la tarde, amatistas, memorias, cartas, poemas, encabezado, pie de página, cuadro de texto. Es invocar la percepción luminaria con cuerpo abierto sobre la lluvia de los gritos eléctricos. Caer vacía en la insignia de los secretos octagonales y, después, dormir. Iniciar en niña el diario de un viaje astral. Volar envuelta en ámbar y respirar las sonatas arcaicas de una nada roja. Espectral. Asómate: Esta vez, el recinto de los orgullos suicidas no dilatará el azúcar de los astrolabios confitados de verdad. Escucha Catulo: un sufí es un hombre con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo. Ranamuri. Tarahumara. Ciudad luz. Lichtung en la vertebra menos tres del mapa de mis manos. Y, desde luego, me vuelvo a sembrar en la gramática de una vacuidad incierta, dichosa, fugaz. Fugaz voy inflamando mis arterias con los sentimientos non plus ultra de todos los planetas. Fugaz voy sembrando la espiral que repite la caravana de los guardianes celestinos. Sun sun lo suave. Tanto pop barroco con sun sun lo suave. Los días siguientes están radiantes de felicidad. El brillo fluye por todas partes. El brillo fluye por todas partes. El brillo fluye por todas partes. Mirar. Mirar. Mirar. La luz astral no devine adivinario de destinos cruzados. Asómate: A mi la frontera me abrió otras puertas, y no precisamente las puertas del primer mundo. A mi la frontera me abrió puertas orientales. Ciudades invisibles. Hechiceras abstractas. Cruzar la línea en términos de realidad, nunca ha sido realidad. Este sentimiento de siglo XXI no me permite terminar. Soy malísima para el punto final. Punto final, punto final, punto final. La boca está harta de luciérnagas …
Un triangulo de tres limones debajo de mi almohada con el signo enterrado en la pared. Es la belleza de una tarde nihilista y nada más: Jardín de cactus. Orquesta medieval. ¿Es ese el espectro que contiene todas las alegrías ad infinitum in parvum? ¿Es esa yo replegada al infinito de Dirac? Cero menos tres. El vinil de plástico decorando las gárgolas de la abundancia noctambular. La efímera sensación de los días más felices en los días más felices no es teoría de la felicidad. Dorotea, cuatro torres de aluminios, dadme serenidad. Quiero desarticular la aurora karmica de los tiempos estelares. Difuminar el carrusel de besos infantiles en todas mis travesías oníricas y desquiciar la historia futura que vuela al revés. Aquí. La imagen presente. Algo sucederá después de tres mil cuartillas de historias incrustadas en las cúpulas de miel. Es -este- el instante de las siete de la tarde, amatistas, memorias, cartas, poemas, encabezado, pie de página, cuadro de texto. Es invocar la percepción luminaria con cuerpo abierto sobre la lluvia de los gritos eléctricos. Caer vacía en la insignia de los secretos octagonales y, después, dormir. Iniciar en niña el diario de un viaje astral. Volar envuelta en ámbar y respirar las sonatas arcaicas de una nada roja. Espectral. Asómate: Esta vez, el recinto de los orgullos suicidas no dilatará el azúcar de los astrolabios confitados de verdad. Escucha Catulo: un sufí es un hombre con los pies en la tierra y la cabeza en el cielo. Ranamuri. Tarahumara. Ciudad luz. Lichtung en la vertebra menos tres del mapa de mis manos. Y, desde luego, me vuelvo a sembrar en la gramática de una vacuidad incierta, dichosa, fugaz. Fugaz voy inflamando mis arterias con los sentimientos non plus ultra de todos los planetas. Fugaz voy sembrando la espiral que repite la caravana de los guardianes celestinos. Sun sun lo suave. Tanto pop barroco con sun sun lo suave. Los días siguientes están radiantes de felicidad. El brillo fluye por todas partes. El brillo fluye por todas partes. El brillo fluye por todas partes. Mirar. Mirar. Mirar. La luz astral no devine adivinario de destinos cruzados. Asómate: A mi la frontera me abrió otras puertas, y no precisamente las puertas del primer mundo. A mi la frontera me abrió puertas orientales. Ciudades invisibles. Hechiceras abstractas. Cruzar la línea en términos de realidad, nunca ha sido realidad. Este sentimiento de siglo XXI no me permite terminar. Soy malísima para el punto final. Punto final, punto final, punto final. La boca está harta de luciérnagas …
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