Thursday, January 24, 2013

Reseña en Tierra Adentro.





John Gerassi, conversaciones con Sartre “editado por  Sexto piso (2009)”, está conformado por una serie de entrevistas realizadas por el periodista y editor de Time entre 1970 y 1974. El autor es hijo de uno de los amigos más íntimos de Sartre: el pintor español Fernando Gerassi. No es de extrañar que gracias a este lazo ambos mantuvieron una larga amistad a lo largo sus vidas; y que el detective en cuestión, goce de la confianza y respeto del filósofo francés.

Gerassi, en las primeras conversaciones, retoma la niñez sartriana, de espíritu profundo, ya que indaga sobre la posibilidad de encontrar los primeros brotes existencialistas de esa curiosidad que desbordará por el resto de sus días. Las preguntas son lanzadas como flechazos de clarividencia, una a una, de manera suave y delicada, con el fin de viajar en el tiempo y rescatar esa vivencia.

            Una de las sentencias más fuertes develadas en la fase “niña” de Sartre fulminará en la traición maternal que desgarró su espíritu, cuando su madre elige el matrimonio por segunda ocasión: “Ella me había traicionado. Se había casado con un hombre que no me gustaba”. Es aquí, donde quizá empiezan las caídas, las pérdidas de aureolas, las preguntas existenciales, y ese afán por querer explicarse ese dolor a partir de sus primeras reflexiones.

En vista de ello, el niño Sartre, ese niño mimado del profesor de literatura en la Rochelle, no duda en refugiarse en la sabiduría de su abuelo Charles Schweitzer, personaje clave en su amor por la literatura, quien tuvo la osadía de alentarlo y leerlo desde sus primeras creaciones. Sartre amaba y admiraba a su abuelo; sin embargo, también experimentaba una fractura tras el robo de dinero a su madre para comprar caramelos a sus amigos, ello con la finalidad de ser aceptado en el grupo: “Mi madre no sólo me pilló, sino que cuando Charles vino a pasar una temporada con nosotros, se lo contó. Él lo entenderá se pondrá de mi parte” pensaba Sartre,  porque estaba seguro de la confianza y cariño del niño a su abuelo, pero desafortunadamente las cosas se presentaron al revés: “Tú no puedes tocar dinero honrado, –me dijo-, porque te has convertido en un ladrón”. Ante este suceso, Sartre relató que nunca más lo admiró ni trató de imitarlo. En estas circunstancias, podemos deletrear algunos brotes sintomatológicos del pensamiento sartriano, sobre todo aquellos de índole nauseabunda y existencialista.

Estas conversaciones evitan  preguntas metafísicas. No obstante, una de las preguntas más atrevidas o fuera de lugar podría ser esta: ¿Ya no lo acosaban los cangrejos ni la depresión?. a lo que el filósofo responde como  después de consumir anfetaminas veía cangrejos por todas partes, y pensaba enloquecer hasta que cierto día  solicitó ayuda a Lacan, y juntos, interpretaron el fenómeno logrando erradicarlo.

Sin duda, Castor (Simone de Beauvoir), aparece interlineada de vez en cuando en las conversaciones. Más allá del cliché de su relación abierta, lo que se percibe es cierta sincronicidad serena para moverse en el mundo, por ejemplo, cuando les pregunta Gerassi por su relación con el dinero, cierto desapego taoísta es algo latente: “Castor y yo, nunca nos preocupábamos por el dinero”.

Por otra parte, es importante mencionar que este libro es un texto con una  carga más inclinada hacia el lado de las experiencias de los años de Sartre en la militancia del partido comunista, revelando el entusiasmo, las experiencias y las amistades de esa época. Asimismo, en las entrevistas posteriores, las preguntas y reflexiones se cargan más hacia las ideas políticas de Sartre, las reflexiones sobre la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial y la desintegración del colonialismo, entre otros temas.

            Finalmente, creo que lo importante y revelador de este texto es la voz de Sartre, después de años de una vida vertiginosa y laberíntica, como todo espíritu curioso en la búsqueda por comprender y nombrar el mundo, de manera que no le aterra darle el lado opuesto a su famosa frase: “el infierno son los otros” por “el paraíso son los otros”.




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