John
Gerassi, conversaciones con Sartre “editado por
Sexto piso (2009)”, está conformado por una serie de entrevistas
realizadas por el periodista y editor de Time entre 1970 y 1974. El autor es
hijo de uno de los amigos más íntimos de Sartre: el pintor español Fernando
Gerassi. No es de extrañar que gracias a este lazo ambos mantuvieron una larga
amistad a lo largo sus vidas; y que el detective en cuestión, goce de la confianza y
respeto del filósofo francés.
Gerassi, en las primeras
conversaciones, retoma la niñez sartriana, de espíritu profundo, ya que indaga
sobre la posibilidad de encontrar
los primeros brotes existencialistas de esa curiosidad que desbordará por el
resto de sus días. Las preguntas son lanzadas como flechazos de clarividencia,
una a una, de manera suave y delicada, con el fin de viajar en el tiempo y
rescatar esa vivencia.
Una de las sentencias más fuertes
develadas en la fase “niña” de Sartre fulminará en la traición maternal que
desgarró su espíritu, cuando su madre elige el matrimonio por segunda ocasión: “Ella
me había traicionado. Se había casado con un hombre que no me gustaba”. Es
aquí, donde quizá empiezan las caídas, las pérdidas de aureolas, las preguntas
existenciales, y ese afán por querer explicarse ese dolor a partir de sus
primeras reflexiones.
En vista de ello, el niño
Sartre, ese niño mimado del profesor de literatura en la Rochelle, no duda en
refugiarse en la sabiduría de su abuelo Charles Schweitzer, personaje clave en
su amor por la literatura, quien tuvo la osadía de alentarlo y leerlo desde sus
primeras creaciones. Sartre amaba y admiraba a su abuelo; sin embargo, también experimentaba
una fractura tras el robo de dinero a su madre para comprar caramelos a sus
amigos, ello con la finalidad de ser aceptado en el grupo: “Mi madre no sólo me
pilló, sino que cuando Charles vino a pasar una temporada con nosotros, se lo
contó. Él lo entenderá se pondrá de mi parte” pensaba Sartre, porque estaba seguro de la confianza y cariño
del niño a su abuelo, pero desafortunadamente las cosas se presentaron al
revés: “Tú no puedes tocar dinero honrado, –me dijo-, porque te has convertido
en un ladrón”. Ante este suceso, Sartre relató que nunca más lo admiró ni trató
de imitarlo. En estas circunstancias, podemos deletrear algunos brotes
sintomatológicos del pensamiento sartriano, sobre todo aquellos de índole
nauseabunda y existencialista.
Estas conversaciones evitan preguntas metafísicas. No obstante, una de las
preguntas más atrevidas o fuera de lugar podría ser esta: ¿Ya no lo acosaban
los cangrejos ni la depresión?. a lo que el filósofo responde como después de consumir anfetaminas veía cangrejos
por todas partes, y pensaba enloquecer hasta que cierto día solicitó ayuda a Lacan, y juntos,
interpretaron el fenómeno logrando erradicarlo.
Sin duda, Castor (Simone de
Beauvoir), aparece interlineada de vez en cuando en las conversaciones. Más
allá del cliché de su relación abierta, lo que se percibe es cierta
sincronicidad serena para moverse en el mundo, por ejemplo, cuando les pregunta
Gerassi por su relación con el dinero, cierto desapego taoísta es algo latente:
“Castor y yo, nunca nos preocupábamos por el dinero”.
Por otra parte, es importante
mencionar que este libro es un texto con una carga más inclinada hacia el lado de las
experiencias de los años de Sartre en la militancia del partido comunista, revelando
el entusiasmo, las experiencias y las amistades de esa época. Asimismo, en las
entrevistas posteriores, las preguntas y reflexiones se cargan más hacia las
ideas políticas de Sartre, las
reflexiones sobre la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial y la
desintegración del colonialismo, entre otros temas.
Finalmente,
creo que lo importante y revelador de este texto es la voz de Sartre, después
de años de una vida vertiginosa y laberíntica, como todo espíritu curioso en la
búsqueda por comprender y nombrar el mundo, de manera que no le aterra darle el
lado opuesto a su famosa frase: “el infierno son los otros” por “el paraíso son
los otros”.
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